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En el llano amazónico
llegamos a las castañas, conocidas por lo general como “nueces de Brasil”, pero la realidad es que crecen en todo el bosque tropical sudamericano y el Perú es uno de los productores castañeros más importantes del mundo: el segundo exportador a los Estados Unidos (Bolivia va primero) y con un epicentro de producción en Madre de Dios, región en la que se encuentran castañales en 30% de su territorio, hoy amenazado por la minería ilegal o fiebre (¿enfermedad?) del oro.
A diferencia de otras plantas amazónicas como el cacao, la castaña no es un cultivo, sino que crece espontáneamente en el bosque primario, por lo que su recolección es ardua, entre serpientes y temibles insectos como la isula, gran hormiga, cuyo ataque causa fiebres y malestares profundos por uno o dos días. Ser castañero es un asunto serio, dedicado y construido sobre las bases de saberes de familia y, también, de cada vez mayor conocimiento tecnificado que disminuye accidentes, tal como la caída de los frutos, que pesan hasta 2.5 kilos y se precipitan con velocidad desde las partes más altas de los árboles hasta incrustarse en la tierra.
Tensión en el bosque
La temporada de recolección de castañas solo dura 3-4 meses, entre diciembre y marzo, periodo en el que se instalan campamentos de castañeros. Hasta hace 40 años, esto se realizaba por familias enteras, niños incluidos, que, terminada la estación recolectora, se dedicaban a trabajar los árboles de caucho, en un sistema de semiesclavitud que menos mal ha terminado.
Hoy, entre marzo y diciembre, los castañeros se dedican a negocios propios o a la chacra y, antes de la pandemia, al turismo. Debido al mejor precio de la castaña a nivel mundial y el trato directo con los compradores, han elevado su nivel de educación y salud, en hogares con servicios básicos en una región en la que también ha mejorado la infraestructura en transporte, incluyendo la controversial carretera Interoceánica que conecta con Brasil, pues ha diversificado la economía, pero muchas veces orientada hacia el mal: la tala indiscriminada y la extracción del oro de los ríos.
De todas las regiones del Perú, Madre de Dios es la más afectada por campamentos mineros ilegales que ya han invadido los límites de importantes áreas naturales protegidas como Tambopata y Bahuaja Sonene, hábitats de megadiversidad biológica y ancestralidad manifiesta a través de culturas indígenas como los harakbut y ese eja, las cuales tienen una antigua relación con el bosque primario y que también dominan la recolección de castañas, entre otros saberes sobre el buen vivir, hoy amenazado por el mercurio y metales pesados, residuos del procesamiento del oro que envenena las principales fuentes de agua.
De castaños y roedores
La constante reproducción de castañas no sería posible sin un roedor esencial: el añuje. Con el tamaño de un gran conejo, esta especie tiene el poco decoroso nombre científico de Dasyprocta punctata, que significa “el del trasero o ano peludo”. Pese a las clasificaciones tan arbitrarias de la ciencia del siglo XIX, el añuje resalta por su capacidad de romper el coco que alberga a las semillas de castaña que son conocidas como “nueces” (aunque si se quisiera ser botánicamente correcto no debería llamarse “nuez”).
Precavidamente, el añuje come algunas castañas y entierra otras. Este back-up, casi un almacén natural, es solo el recurso de emergencia para paliar el hambre. La realidad es que la mayoría de las castañas del añuje quedan enterradas y germinan y crecen para convertirse en uno de los árboles más longevos y altos de la Amazonía: más de 50 metros de altura y cientos de años en pie; testimonios de la salud del bosque, pues los castaños mueren si el resto de plantas originarias son taladas o quemadas. No logran sobrevivir desolados en los pastizales ni entre soya (o cualquier otro cultivo agrícola) ni como los últimos testigos de la masacre minera.
Estos inmensos árboles albergan a especies valiosas que también son termómetros del bosque: libélulas, ranas y sapos que se reproducen y crecen en el agua empozada de sus vainas y tronco. La desaparición de estos insectos y anfibios denota algún grave desequilibrio en el medio ambiente.
Clasificaciones
Aunque las castañas ya habían sido registradas de diferentes maneras por exploradores europeos en los siglos XVII y XVIII, recién recibió en 1807 el nombre de Bertholletia excelsa por parte de los investigadores Alexander von Humboldt & Aimé Bonpland luego de su prodigioso viaje (1799-1804) por las regiones equinocciales, como ellos llamaban a los lugares de las Américas que recorrieron: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú…
Como era costumbre, se denominaban a las especies en honor a personas reconocidas. En el caso de la castaña, Humboldt se decidió por el químico Claude-Louis Berthollet, a quien había conocido en Francia; precisamente, en el pueblo de Arcueil, donde se reunían los científicos más importantes de la época para experimentar, discutir ideas y describir hallazgos. Mientras que la segunda parte del nombre científico, excelsa, se debe al enorme tamaño de los castaños, de gran diámetro y altura.
Desde que ingresaron a la clasificación científica, las castañas han sido minuciosamente estudiadas: los tipos de grasa que contienen, los ácidos y compuestos. El más resaltante es el selenio, un poderoso antioxidante que ayuda a prevenir el cáncer y las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. La dosis recomendada es modesta: 1-2 castañas al día, pero este hábito cotidiano favorece el mejor funcionamiento de las células, incluyendo las neuronas.
En la actualidad, se ha hallado que el Alzheimer (y otros trastornos) se va desarrollando cuando las neuronas dejan de metabolizar correctamente y respiran (o consumen) menos oxígeno, lo cual causa estrés oxidativo en el cerebro. Asimismo, alrededor de las células se van acumulando plaquetas que incrementan el deterioro cognitivo. Si bien un par de castañas diarias no son la solución absoluta para revertir esta tendencia, sí favorecen a que las células no se inicien (o continúen) por el camino de la disfunción masiva.